Ahora que ella no está, sabe, quizás por eso, que los recuerdos se conservan entre paños emolientes y que, al ablandarse, adoptan formas caprichosas imposibles de aislar del deterioro a que los someten los indeclinables avatares de la vida. La vida, tan moldeable, se escurre por doquier y, a su antojo, nos lleva de allá para acá como un tiovivo sin destino concreto.
Él lo sabe y no le importa. Tampoco le intimida esta sospecha. Pero de vez en vez observa esta fotografía de otros tiempos. Tampoco tan lejanos. Y en ese paisaje desdibujado por la memoria, y en esa juventud mascullada por los años, siempre queda una pátina casi invisible que nunca se borra, un velo frágil y huidizo apenas perceptible, que enlaza aquellas horas idas con un ahora efímero, casi inexistente, donde se condensan los momentos que nunca se van y que certifican, por sí mismos, que seguimos estando vivos hasta que ella vuelve. Y aunque no vuelva.
Hay sensaciones intransferibles que morirán con nosotros y en nosotros.

Él lo sabe y no le importa. Tampoco le intimida esta sospecha. Pero de vez en vez observa esta fotografía de otros tiempos. Tampoco tan lejanos. Y en ese paisaje desdibujado por la memoria, y en esa juventud mascullada por los años, siempre queda una pátina casi invisible que nunca se borra, un velo frágil y huidizo apenas perceptible, que enlaza aquellas horas idas con un ahora efímero, casi inexistente, donde se condensan los momentos que nunca se van y que certifican, por sí mismos, que seguimos estando vivos hasta que ella vuelve. Y aunque no vuelva.
Hay sensaciones intransferibles que morirán con nosotros y en nosotros.
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