El otoño le trajo unos días grises y breves que no deseaba. Le ocurría siempre con el cambio de estaciones. Se le alborotaba el ánimo y sentía que el mundo fuera a romperse por cualquiera de sus esquinas. En el fondo, sabía que se trataba del estado de su alma. A esa edad en que todavía no era un anciano pero tampoco el cuerpo le pedía ya otras guerras abandonadas al puro azar, quería probar otra vida nueva, sin percances y sin aventuras nuevas.
Quería sentarse en aquel sillón y desde allí observar las vidas ajenas, el mundo de los otros, el vaivén de cada día con sus horarios estrictos y su monotonía de reloj suizo. Quería ver pasar a las mujeres contoneando sus cuerpos aún jóvenes y reconocer en ese placer fallido los años muertos de su juventud feliz. Soñó con aquellos días y se sintió ligero y confuso.
Cuando abrió los ojos, el mediodía no tenía luz y un aire de fiesta marchita inundaba el ambiente. No le importó contar los años que ya no recordaba. Una mujer que cruzaba la plaza le vio esbozar una sonrisa apenas, disimulada y discreta. El hombre pensaba qué hubiese sido de él en ese momento si los años no pesaran tanto. La mujer, que se alejaba sin prisas, pensó lo mismo.

Quería sentarse en aquel sillón y desde allí observar las vidas ajenas, el mundo de los otros, el vaivén de cada día con sus horarios estrictos y su monotonía de reloj suizo. Quería ver pasar a las mujeres contoneando sus cuerpos aún jóvenes y reconocer en ese placer fallido los años muertos de su juventud feliz. Soñó con aquellos días y se sintió ligero y confuso.
Cuando abrió los ojos, el mediodía no tenía luz y un aire de fiesta marchita inundaba el ambiente. No le importó contar los años que ya no recordaba. Una mujer que cruzaba la plaza le vio esbozar una sonrisa apenas, disimulada y discreta. El hombre pensaba qué hubiese sido de él en ese momento si los años no pesaran tanto. La mujer, que se alejaba sin prisas, pensó lo mismo.
¡Esa añoranza de la juventud en el otoño de la vida! Como siempre, hermoso relato.
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