lunes, 13 de octubre de 2014

Días grises de otoño

El otoño le trajo unos días grises y breves que no deseaba. Le ocurría siempre con el cambio de estaciones. Se le alborotaba el ánimo y sentía que el mundo fuera a romperse por cualquiera de sus esquinas. En el fondo, sabía que se trataba del estado de su alma. A esa edad en que todavía no era un anciano pero tampoco el cuerpo le pedía ya otras guerras abandonadas al puro azar, quería probar otra vida nueva, sin percances y sin aventuras nuevas.

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Quería sentarse en aquel sillón y desde allí observar las vidas ajenas, el mundo de los otros, el vaivén de cada día con sus horarios estrictos y su monotonía de reloj suizo. Quería ver pasar a las mujeres contoneando sus cuerpos aún jóvenes y reconocer en ese placer fallido los años muertos de su juventud feliz. Soñó con aquellos días y se sintió ligero y confuso.

Cuando abrió los ojos, el mediodía no tenía luz y un aire de fiesta marchita inundaba el ambiente. No le importó contar los años que ya no recordaba. Una mujer que cruzaba la plaza le vio esbozar una sonrisa apenas, disimulada y discreta. El hombre pensaba qué hubiese sido de él en ese momento si los años no pesaran tanto. La mujer, que se alejaba sin prisas, pensó lo mismo.

1 comentario:

  1. ¡Esa añoranza de la juventud en el otoño de la vida! Como siempre, hermoso relato.

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