miércoles, 8 de octubre de 2014

La infelicidad

Ella, que amaba la literatura del escritor italiano Antonio Tabucci –quizás más portugués que italiano-, se identificaba con sus sentencias, con sus frases sueltas que parecían que volaran sin rumbo, pero que ciertamente siempre alcanzaban la meta proyectada. Era una tarde cálida de octubre. El río bajaba manso y las bandadas de aves migratorias ponían rumbo a África siguiendo el cauce fluvial. Los días menguaban ya y las noches eran más frescas y desapacibles. Había leído casi todos los libros de Tabucchi, pero ahora en este se tropezó con una frase que la dejó sin aliento: “… porque la infelicidad es una forma de miedo.”

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Ella, en lo más hondo, lo sabía, o bien lo adivinaba. Recordó los años perdidos, los encuentros imposibles, el viento raudo que la empujaba a un invierno de penurias y desolación. El viento, como el miedo, trepa insondable árboles y paisajes, y deja después con la mansedumbre un desierto de cristales rotos y de pies sangrantes. La infelicidad, se dice ella, es no asumir la posibilidad del éxito, ceder a la duda el espacio que no merece, saber que el primer paso es un trecho muy breve pero que, con la constancia, la distancia abre camino en la intemperie. Después, de lo que queda, el olvido recoge las cenizas.

Cerró el libro. Se puso en pie y dio un paso al frente. Supo que no volvería a sentarse en el mismo lugar.

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