sábado, 8 de noviembre de 2014

El tiempo pretérito

El tiempo pretérito es una muralla infranqueable. Esta mujer, limpia de recelos y de dudas, lo sabe. Un poco más acá, donde sus manos no alcanzan, el futuro es una fruta dulce e inalcanzable. No hay árbol prohibido ni condena divina y perpetua. Hay racimos de uvas rojas colgados en las cepas de estos campos grises. Onduladas colinas que no permiten adivinar la distancia de aquí al cielo. Y al final, que no es el final, una niebla espesa cubre un paisaje que nadie conoce.

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Esta mujer mira a un hombre que está sentado en un banco. El hombre lee el periódico, ajeno a esta mujer que escruta su alma. La mujer ha empezado a amarlo sin saberlo, sin conocerlo. El hombre ignora inconsciente cuanto el corazón de ella proyecta y ambiciona. Ella mira atrás y no hay melancolía. Tal vez nunca la hubo. Y no sabe qué fuerza la paraliza cuando el vendaval del olvido fue intenso. Tal vez algún día alcance a entender que adonde mira es adonde debe dirigir sus pasos, cautos o firmes, indecisos incluso. Porque ahí es donde el tiempo pretérito empieza a disolverse y extinguirse en sí mismo.

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