jueves, 18 de junio de 2015

Caminos

Se quedó diciendo adiós, con el brazo alzado y los ojos quietos, viendo cómo el tren dibujaba a lo lejos el movimiento sinuoso de una serpiente en huida. Cuando se dio la vuelta, estaba sola en la banquina, sin equipaje y sin destino. Dudó qué camino tomar, porque el destino es indeclinable en sus insinuaciones. Había dejado atrás una vida vacía y confusa, y aquel último adiós no era sino un episodio más de una existencia extraviada.

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Sabía que, con el tren, no solo se iba un tiempo pasado, sino que los recuerdos, escasos y recurrentes, volvían de vez en vez para no estar en ninguna parte. No le preocupó en absoluto, porque sabía además que la memoria y el olvido habitan el mismo hotel donde todos somos huéspedes en tránsito. Solo se le ocurrió sonreír ante tal ocurrencia. Cuando subía la calle que escogió al azar, no miró atrás. Sabía también que todos los trenes y todos los ríos son imágenes de sí mismos, pero que todos son distintos. Afortunadamente.

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