miércoles, 3 de junio de 2015

Último día

Siempre hay un último día, un reinicio de una historia nunca acabada, una vuelta al lugar de origen. Uno nunca sabe cuándo el reloj señala la hora exacta, pero es hora de partir, y en cada viaje el tiempo se descongela como un cubito de hielo en un vaso vacío. Uno siempre está solo con uno mismo, siempre anda solo buscándose a sí mismo, o huyendo de su propia sombra. Da igual. La soledad gira como la manilla del reloj, de manera obsesiva, describiendo sobre sí misma círculos concéntricos, repetidos, invisibles.

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Desde afuera, nadie lee su historia secreta de la infamia. Desde afuera, nadie percibe su olor a azufre quemado, su aroma a rosa extinguida. Desde afuera, nadie sucumbe a la sospecha del peligro. Pero acá adentro, donde los roedores muerden la piel de las muchachas dormidas, la soledad sucumbe a su belleza. Y nosotros, cansados de repetir una canción triste y desandar un camino de senderos que se bifurcan, nos dejamos llevar por los olores de la tarde, por el agua clara de las albercas donde estas jóvenes, desnudas de anillos y de prejuicios, nos muestran la belleza usada de sus cuerpos salvajes y, gracias a ellos, escapamos un día más de una soledad que nos cambia los días.

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