domingo, 6 de septiembre de 2015

El volcán Cotopaxi despierta

Mi amigo Manuel Benabent, un sevillano a quien conocí en Ecuador, me escribe desde Quito: “Por aquí todo bien, solo que el Cotopaxi tiene amedrentadas a más de trescientas mil personas y ya tuvimos que salir un día con mascarillas dada la caída de cenizas (acojonante).” El volcán Cotopaxi se puede ver desde varias provincias, pero es desde el parque nacional que lleva su nombre donde su cono simétrico se puede observar con toda su majestuosidad. Sus laderas heladas, que dan paso al verde páramo, están pobladas de caballos salvajes, llamas, zorros, ciervos y osos de anteojos. Y alzando la vista se puede observar cómo cruzan el cielo el cóndor y el colibrí del Chimborazo. Los todoterrenos atraviesan zonas de cría de aves y los turistas persiguen a los caballos salvajes.

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Los glaciares del Cotopaxi se hundieron un 40% entre 1976 y 2010. Después de un sueño intranquilo y vigilado que duró 138 años, el volcán nevado, uno de los más peligrosos del mundo, ha vuelto a lanzar señales de alarma. Expulsa emisiones de vapor y cenizas que delinean columnas de varios kilómetros sobre su cráter. Situado en la rama oriental de los Andes, el Cotopaxi forma parte de ese medio centenar de volcanes que dibuja Ecuador. Su perfil domina el horizonte si el día está claro. Estalló con violencia en 1742 y en 1768. Las dos veces destruyó la ciudad de Latacunga. Sus supervivientes la reconstruyeron, pero en 1877 se produjo otra erupción por tercera vez que de nuevo creó el caos. Pero los lugareños volvieron a levantar la ciudad.

A finales de mayo visité Latacunga para dar un taller de periodismo narrativo en la Universidad Técnica de Cotopaxi. El impresionante volcán comenzó ya entonces a dar muestras de que sus vísceras seguían estando vivas. A unos 14 kilómetros al norte de Zumbahua, y a 3.000 metros de altura, visité el cráter de otro volcán: El Quilotoa, en cuyo seno una laguna de un azul traslúcido muestra un paisaje de ensueño. El lugar tiene además su leyenda: los lugareños dicen invariablemente que no tiene fondo. Pero los geólogos han demostrado que su profundidad es de 250 metros.

320.000 personas se verían afectadas por la actividad fumarólica del Cotopaxi. Los campesinos observan estupefactos los campos cubiertos de un manto gris de cenizas. Saben que las cenizas y los flujos piroclásticos dañan las cosechas y a los animales. Aunque este gigante vive vigilado las 24 horas del día, varias localidades ubicadas en las laderas del volcán han sido evacuadas y, mientras tanto, el Gobierno mantiene la alerta amarilla que fue activada el 15 de agosto y mantiene el estado de excepción decretado por el presidente, Rafael Correa.

No solo el gobierno y los vulcanólogos vigilan el sueño inquieto del Cotopaxi, un lugar sagrado que los indígenas de la sierra llaman “taita” (papá). También lo hace la Mamá Negra de Latacunga. Su celebración es una combinación de rituales católicos, prehispánicos y cultura contemporánea. A la cabeza del desfile procesional va la imagen de la Virgen de las Mercedes, protectora de Latacunga contra las erupciones volcánicas. Los lugareños creen que esta reliquia ha salvado y salva a la ciudad de la ira del Cotopaxi. La Mamá Negra, representada por un hombre travestido, se añadió a las fiestas más tarde. Dice la leyenda que un cura, para ganarse el favor de los vecinos, organizó la procesión de la Virgen, pero no consiguió aportar suficiente comida y bebida. Por la noche se le apareció una mujer negra que le recriminó su negligencia. Le aterrorizó tanto, a él y a la población, que introdujo una nueva imagen en la procesión: la de la Mamá Negra montada a caballo. Tal vez estos días, la citada imagen esté en las oraciones y en las mentes de todos los vecinos de Latacunga.

1 comentario:

  1. Muy bueno Antonio. No se si leíste la información dada por El País. Fue penosa. Copiada de la página del Instituto Geofísico del Ecuador

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