domingo, 6 de septiembre de 2015

La foto del niño

En cualquier lugar del mundo siempre hay un ciudadano o un periodista con la cámara al hombro intentando eternizar en imágenes la belleza y la rabia del mundo, las catástrofes humanas, la vergüenza compartida. En aquella playa turca, en la misma que los turistas masifican sus descansos estivales, la periodista de la agencia Reuter Nilufer Demir captó la instantánea que ha revuelto las conciencias de todo el mundo. Sabemos ahora que se llamaba Aylan, que tenía tres años. Sabemos también que murió su hermano de cinco años, Galib, y su madre, Rihan, de 35. En otra foto, se ve al padre, Abdulá Kurdi, enterrando en Kobane a sus dos hijos.

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Había pagado a los traficantes mil dólares por cada miembro de la familia para que los sacaran de la guerra y les acercara a un hogar improbable en Europa. Aylan no sabía nadar, no tenía chaleco salvavidas. Se le ve tendido, tragando agua marina, tirado en mitad de una playa que no conocía. En realidad, parece que dormía. Todos quisimos pensar que dormía. En las guerras, en cada guerra, hay fotógrafos para dejar testimonio del horror humano. A veces, una sola foto muestra la miseria humana con una ternura despiadada.

Nilufer Demir dice que tiene muchos negativos con fotos niños muertos. Muchos corresponsales de guerra archivan demasiadas fotos de niños muertos. En ocasiones, basta una sola para decirnos dónde estábamos que olvidamos este guerra que dura ya cincos y que ha expulsado de sus tierras a cuatro millones de personas que viven refugiados en otros países que nunca serán suyos, que viven desplazados de sus cales y de sus colegios y de sus centros de trabajo. Que viven, quién lo diría, el dolor de las guerras que nosotros provocamos.

Dónde estábamos cuando Demir captó para la memoria de la infamia esa imagen que nos ha matado un poco a todos. Con quién brindábamos el final de unas vacaciones que serenaron el ánimo que ahora perturba el cadáver de un niño tirado en la arena de una playa turística, muerto sin compasión por el oleaje salvaje de la guerra. Aylan estaba tirado, parecía que dormía, dulce y pequeño, descalzo, con la vida por delante. Parecía que dormía acunado por las aguas mansas de una tregua sin cuartel en una guerra que nunca termina. Y es cierto que dormía: dormía para siempre.

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