martes, 31 de mayo de 2016

El último día

El último día nunca es hoy, sino ayer. Es ese momento en que comienzas a decir adiós sin que nadie sepa que te vas, ese instante en que abres la maleta y calculas los recuerdos que no cabrán, las vivencias que ya olvidaste, las historias que quisieras dejar sobre la mesa para siempre. El último día ya es tarde para comenzar de nuevo, para pedir perdón, para beber entre dos una botella que conservaste en un rincón durante tantos años. El último día siempre anuncia un nacimiento o un sino fatídico, la última hora de un ayer que se difumina en el aire y el primer día de otra semana que no acechas a descifrar, sombra proyectada sobre minutos inexistentes, espacios robados a un recuerdo entumecido. A veces, sobornamos los últimos minutos con descuidos torpes, con falsos simulacros de alarma y sonreímos, torpes, ante tanta improvisación ineficaz.

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Después, el avión despega sin que nadie nos diga adiós en el aeropuerto y las horas, desordenadas en el equipaje, buscan mejor acomodo para no deteriorar los papeles en los que nunca escribiste su nombre. En un cielo sin nubes, el tiempo ya no existe y el viaje solo es un pretexto para esbozar otros argumentos y caminar otras calles. En el fondo, el último día siempre es ahora, cuando estás frente a ti, hierático y frío como una estatua de mármol o como un policía uniformado. El último día siempre es una excusa y un enigma para decir volveré, aun cuando sabes que ella seguirá esperando en el arcén a que ese último día se haya extinguido para siempre o nunca haya existido.

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