viernes, 12 de abril de 2013

Carmen Posadas: “Los criados son siempre los testigos invisibles”

Autora de guiones de cine y televisión, de relatos y de novelas. En 1998 obtuvo el Premio Planeta con Pequeñas infamias. Traducida 23 idiomas. Carmen Posadas publica ahora El testigo invisible. En su última novela, Leonid Sednev, deshollinador imperial y después pinche de cocina, tenía quince años la noche del 17 de julio de 1918, cuando un grupo de militares de la Revolución bolchevique asesinó brutalmente a la familia imperial rusa. Aquel criado fue el testigo invisible que hoy narra el crimen.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—En su novela retrata la dinastía de los Romanov en las dos primeras décadas del siglo XX. Un siglo después, ¿qué es lo que no ha cambiado en el mundo?

—Como dicen, cuanto más cambian las cosas, más siguen siendo las mismas.

—Ha tenido acceso a documentos inéditos de la familia imperial rusa. ¿No pretenderá ahora cambiarnos la historia?

(Ríe). No. Lo que pretendo es contar la verdadera historia porque ha quedado opacada entre multitud de mitos y leyendas, y no hace falta inventar nada prácticamente, porque es tan potente la historia.

—Cuando estalló la revolución, el zar solo pensaba en jugar al dominó. ¿Se equivocó al mover ficha?

—Lo suyo, más que problema de mover ficha, es que produjo un efecto dominó.

—¿Cuántos políticos en nuestro país miran las fichas de dominó para no ver lo que pasa en la calle?

—Demasiados para nuestra desgracia. Están demasiado acostumbrados a mirarse el ombligo.

—En el libro cuenta una nueva versión sobre la muerte de Rasputín. ¿Cuál de ellas es más creíble?

—La que contó su asesino era rocambolesca e inverosímil. Pero, como siempre, la realidad supera a la ficción y la nueva versión es todavía más increíble.

—Usted cuenta esta historia a través de Leonid Sednev, deshollinador de palacio. ¿Es más pintoresca, más realista o más absurda la vida cuando la cuentan los criados?

—Los criados son siempre los testigos invisibles. Porque la gente cuenta intimidades tremendas sin darse cuenta de que ellos están delante. Es una pena que no les haya interesado más el oficio de escritor porque, de ser así, la historia tendría páginas mucho más interesantes.

—Dice usted que el comienzo de la revolución rusa eran movimientos asamblearios como los del 15-M. ¿Ve el ambiente tan incendiario?

—Yo creo que estamos viviendo un momento muy convulso, y se parece al momento prerrevolucionario en Rusia en que aparecieron todos estos movimientos asamblearios; pero en el resto, no. No creo que llegue la revolución bolchevique.

—Momentos históricos como los que vivimos, dice usted, se prestan tanto a héroes como a villanos. A los villanos ya los conocemos. ¿Pero dónde andan los héroes?

(Ríe). Eso me pregunto yo. Por favor, que se den prisa.

—Su padre fue embajador en Rusia, donde usted vivió cuatro años. De ahí su interés por el país. Se lo preguntan siempre, pero deme una respuesta distinta.

—Aparte de lo que he dicho, la naturaleza rusa es tan extravagante y tan grandiosa como sus escritores.

—Los criados, para haber sido testigos de tantas historias, ¿no le parece que están muy desprestigiados literariamente?

—Me extraña que no se utilice mucho más este punto de vista en literatura, porque lo que ellos ven no lo ve nadie. Y es precisamente lo que tiene que retratar la literatura: otra historia.

—Cuando se casó, dejó el ramo de flores a los pies de Lenin. ¿Qué sintió junto a la momia de quien quiso y pudo cambiar el mundo?

—Estaba tan deteriorada que casi era una profecía de lo que iba a ocurrir luego con su revolución.

—Así empieza su novela: “Un viejo refrán dice que nadie es un gran hombre para un mayordomo”. ¿Qué piensa usted?

—Que es la pura verdad.

Publicado en el diario Córdoba el 11 de abril de 2013

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