domingo, 10 de marzo de 2013

Javier Sierra: “Este libro inspirará a Dan Brown un par de buenas novelas”

Después del éxito internacional de El ángel perdido o La cena secreta, ha decidido desvelar el “arcanon” secreto del Museo del Prado en El Maestro del Prado y las pinturas proféticas. En 1990, Javier Sierra se tropieza en las galerías del Museo del Prado con un misterioso personaje que le explica las claves ocultas de algunas obras maestras. El hecho ocurrió en la realidad y es el argumento de su última novela. Nunca más volvió a ver al personaje que le inspiró esta historia.

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—Se conoce de memoria los pasillos del Prado. ¿Inspira pasearse entre cuadros más que entre los árboles del Retiro?

—Los cuadros me permiten viajar en el tiempo. Los árboles del Retiro son para dormir bajo ellos.

—De aquellos paseos nace El Maestro del Prado. ¿Le inspiró también El Código Da Vinci?

—No. No me inspiró El Código Da Vinci, aunque me gustaría que este libro inspirara a Dan Brown un par de buenas novelas.

—¿No teme que, después de leer su novela, más de un lector se dedique a descifrar posibles mensajes ocultos en otros cuadros de cualquier museo?

—No temo. Lo deseo. De hecho, yo no busco a lectores. Busco cómplices.

—En 1990 conoció a un hombre misterioso que le enseñó a mirar y entender varios cuadros del Prado. ¿Qué visos de realidad contiene su historia?

—El hombre existió. El encuentro existió. Su misteriosa desaparición fue tal como la narro. Y este libro es un mensaje en botella dirigido a él para que reaparezca.

—¿Existen determinadas claves para poder descifrar en un cuadro visiones místicas, anuncios proféticos, conspiraciones, herejías o mensajes llegados del “otro lado”?

—Es todo una ciencia que comienza por fijarse en la mirada de los personajes de los cuadros. Hay que saber a quién mirar y por qué miran.

—¿Qué esconde, por ejemplo, El Jardín de las Delicias de El Bosco, uno de los cuadros que su maestro analizó para usted?

—Es el ideario de una antigua secta que buscaba la superación de la corrupción. Nada menos. Muy actual.

—Encontramos mensajes también obras de Rafael, Tiziano o el Greco. Pero dígame un cuadro que no esconda más de lo que se ve a primera vista.

—Todos tienen segundas lecturas, pero uno bien simple es el retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares.

—¿Un cuadro con lenguaje cifrado y códigos ocultos se cotiza mejor en las subastas? Se lo digo porque, con esto de la crisis, podíamos crear trabajo con un nuevo oficio: creadores de leyendas.

—No basta solo el misterio para que un cuadro tenga más valor. Es necesario también que la pátina del tiempo haya pasado sobre él.

—Grandes maestros de la pintura escondieron sus mayores secretos en imágenes de aspecto inocente. Por ejemplo.

—Por ejemplo, La Sagrada Familia del Roble de Rafael, donde aparecen dos niños gemelos. ¿Quiénes son? ¿Tuvo Jesús un hermano gemelo?

—Algunos libros, como el suyo, se promocionan ya con book trailer. ¿Pero no le llaman los productores para llevar sus historias de misterio al cine?

—A mí lo que me maravilla realmente es que se hagan tan buenos book trailer en España y tan malas películas.

—El Bosco no firmó El Jardín de las Delicias. Todos los personajes aparecen desnudos. Menos uno. Que podría ser él. Se ve que jugaba con ventaja.

—Yo creo que la ventaja es estar desnudo.

—¿Conoce algún cuadro que contenga maldiciones? Vamos, que dé mal fario.

—Las dos postrimerías de Valdés Leal en el Hospital de la Caridad de Sevilla. Murillo dijo de ellas que apestaban.

—¿Después de esta experiencia, escribirá nueva novela o nos invitará a la exposición de sus primeros cuadros?

—Me gusta la música también. Os invitaré a mi primer concierto.

Publicado en el diario Córdoba el 6 de marzo de 2013

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viernes, 8 de marzo de 2013

María Teresa Campos: “Letizia no perdona a Cristina lo que haya pasado”

Periodista y presentadora de televisión. Inicia su trayectoria profesional en la radio. Líder de audiencia con sus programas en TVE y Telecinco durante quince años. María Teresa Campos publica su sexto libro, Princesa Letizia, una historia ficticia basada en hechos reales. Ha recibido multitud de galardones. Entre otros, varios TP de Oro, Premios Ondas, Micrófono de Oro, dos Premios Meridiana y el Premio Clara Campoamor por la defensa de los derechos de la mujer.

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—Dedica el libro de Letizia a Letizia “apelando a su sentido del humor”. ¿Cree que lo conseguirá?

—Pues eso solo lo sabrá ella porque, lógicamente, nunca me lo va a decir.

—Pudo haber dado la primicia del compromiso del Príncipe con Letizia. Pero no lo hizo. ¿Alguna vez sintió que la bomba le había estallado en las manos?

—Es que cuando terminó el programa, yo no tenía el nombre. El nombre lo tuve después. Y ya había terminado el programa. Lo que sentí más bien es que no había podido detonar la bomba (ríe).

—¿Por qué Terelu jugó a las adivinanzas? Felipe tiene novia. Ella tiene nombre de magdalena. ¿Alguien se acordaría de Marcel Proust?

(Ríe). La bisnieta de Marcel Proust. No. Tenía cierto pudor porque nos habíamos equivocado muchas veces.

—Usted denomina “travestismo literario” a esta técnica de suplantar la personalidad de otro. Defíname el streptease psicológico de Letizia.

—Su exigencia personal. Su exagerado perfeccionismo que, por una parte, parece fragilidad, pero autosuficiencia por otra. Es una mujer que en muchas cosas está muy segura de sí misma, pero no he podido llegar en mi streptease a saber hasta qué punto eso es una fechada.

—A Letizia le empacha la campechanía de Don Juan Carlos, el peinado eterno de Doña Sofía, no le entusiasman las cuñadas. ¿Se habrá equivocado de familia?

—No. Ella no ha elegido esa familia. Dice: “Tienen que saber que yo no he venido. Me ha traído él”. Yo creo que ella no habla mal de sus cuñadas. Me parece que a Elena le tiene un cierto afecto, que a Cristina se lo ha tenido más, pero que, yo creo, en el fondo no le perdona que haya pasado lo que haya pasado y que, en el trabajo que ellos están haciendo por el futuro de la monarquía, eso sea un obstáculo.

—Este no es un libro autorizado por la Casa Real.

—Estaría bueno que la Casa Real tuviera que autorizar los libros que se publican.

—¿Nunca sintió la tentación de entrevistar al personaje para describirlo mejor?

—Hombre, eso es lo que más hubiera gustado del mundo, pero sé que es imposible. Por lo tanto, no lo he intentado.

—No es un libro autocomplaciente, pero los temas espinosos no están aquí.

—Están insinuados.

—¿Se ha autocensurado en algún momento?

—No. He hecho lo que a mí me parecía correcto hacer, lo que yo sentía. Al intentar suplantar su personalidad, lógicamente yo no podría decir cosas que fueran lo suficientemente duras y hacer daño a terceras personas en cosas que yo no tengo seguridad de que ella las piense así.

—Me da la impresión de que lo positivo de la princesa es que ha cambiado a Felipe. ¿Está de acuerdo?

—Sí. Yo estoy de acuerdo. Yo creo que el príncipe era un hombre más bien serio y tímido, y hoy es un hombre con más seguridad. Por fin se un Borbón que sabe hablar. Eso se le nota en los discursos. Y ella ahí podía aportar porque ha sido una estupenda profesional de esto. Y con la ropa también. El príncipe va muy moderno.

—“A veces ser princesa es una gran y soberana putada”.

(Ríe). Ella lo piensa por todo aquello que ella querría ser y no puede.

—¿Ha cambiado Letizia desde que es princesa de Asturias?

—Sí. En lo fundamental, eso solo lo sabrá ella y los que la conocían de antes. Pero yo creo que ella se ha adaptado a su papel muy bien. Muchos defectos como princesa no se le pueden sacar.

—¿Piensa que muchas jóvenes españolas se sienten identificadas con el destino de Letizia? ¿De que el cuento de hadas puede ser real?

—Yo creo que las chicas de hoy no piensan en eso. Y creo que no pensaba ni ella. La vida se lo ha puesto en su camino. Las mujeres de hoy lo que quieren es un hombre que las comprendan, que considere que existe una igualdad entre ellos e ir codo a codo. Eso también se puede hacer con un príncipe, solo que a la hora de la verdad el rey es él.

—Dice en su libro sobre la madre de Leticia: “… tan republicana y tan de izquierdas y le sale una hija princesa”. ¿La madre la habrá perdonado?

(Ríe). Yo creo que sí. Yo creo que ella tiene una buenísima relación con su madre. Aunque sea princesa, hay muchas cosas que comparte con ella. De todos ellos, el personaje más digno es la madre”.

—Letizia ha traído al mundo a la futura reina de España. ¿Solo por eso le ha valido la pena?

—Bueno, para mí como mujer, sí. Quitarle y ponerle el sitio al varón, ya no va con los tiempos. Por tanto, eso abre un camino de normalidad. Tampoco en la historia de España ha habido grandes reinas.

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martes, 5 de marzo de 2013

El periodismo ya nunca será lo que fue

El periodismo nunca más será como lo fue hasta ahora. Los apocalípticos que, en estos tiempos de crisis, crecen como los gnomos en los bosques, nos lo vuelven a recordar: el periódico de papel tiene los días contados. Como mucho, sobrevivirán hasta 2025. Hay indicios, en cualquier caso, que anuncian cambios evidentes y fulgurantes: la desaparición de cabeceras, la eliminación de puestos de trabajo y la desinversión en contenidos.

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Lluis Bassets, que lleva 40 años en la profesión, lo explica con estas palabras: “A partir de ahora quienes quieran seguir deberán pensar en cambiar de oficio o en cambiar radicalmente el oficio, que quiere decir cambiar ellos mismos”. Basset ha diseccionado con bisturí de plumilla histórico la situación de nuestra profesión en un libro de reciente aparición y con título iluminado aunque poco luminoso: El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo, publicado en la editorial Taurus.

Las estadísticas son rotundas: crecen los lectores en los medios digitales, la crisis azota al sector, la sangría de despidos en los diferentes medios no cesa, cae el negocio en el formato analógico y asciende en el digital.

Pero la clave radica en encontrar fórmulas que permitan reformar las empresas para que estas puedan garantizar un periodismo de calidad en la Red. Luis Bassets lo dice de este modo: “No hay que detenerse en añoranzas. Hay que pasar la página del absurdo debate sobre la pervivencia o no del diario de papel, este está liquidado, la nueva etapa será totalmente digital. Lo que urge es cómo encontrar los recursos para poder ejercer el periodismo de máximo nivel y rigor en los nuevos entornos”.

El año pasado, David Barboza, que dirige la oficina de The New York Times en Shnaghai, publicó un artículo de enorme importancia en el que describía la corrupción de los familiares de Wen Jiabao, el primer ministro chino. Los reportajes sobre este tipo de escándalos, escribe Moisés Naím, suelen hacer mucho ruido, pero no suelen estar bien documentados y “las denuncias sin consecuencias crean gran frustración en el público y corrompen la lucha contra la corrupción”.

En el caso de Barboza, su reportaje estaba basado en datos confirmados por múltiples fuentes, complejos análisis financieros auditados por contadores independientes contratados para garantizar la precisión del texto y un largo, arduo y costoso trabajo de investigación periodística.

Naím no tiene dudas al respecto cuando escribe: “El buen periodismo vale… y cuesta. El gran artículo de Barboza no hubiese podido ser elaborado por un bloguero, o por una organización periodística que se limita a ‘agregar’ –es decir, reproducir en la Red- el contenido de otros. Las redes sociales tampoco. El artículo requirió de la organización los recursos financieros y los altos estándares profesionales de The New York Times. Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial”.

Y más adelante, añade: “Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como este de The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobrecemos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad”.

El azote del “todo gratis” invade Internet, titula el diario El País en una información sobre el ensayo de Robert Levine titulado Parásitos, en el que denuncia las maniobras de las empresas tecnológicas para socavar en su propio beneficio los derechos de autor en la Red. Levine rebate el discurso de ejecutivos de compañías tecnológicas, influyentes blogueros y académicos, y demás defensores de la cultura libre.

Su conclusión es clara: si la industria agoniza no es a causa de “la codicia trasnochada de Hollywood, de los medios de comunicación y de las multinacionales de la música, incapaces de dar a una nueva generación de consumidores lo que quieren… gratis, sino porque esa agonía conviene a los oportunistas digitales”. Los mismos que protagonizan el subtítulo de su libro: “Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura”.

En Alemania, por ejemplo, los agregadores de noticias tendrán que pagar a los editores de periódicos, según la nueva ley aprobada por la Cámara baja parlamentaria. Este intento por proteger los derechos intelectuales de autores y editores ha provocado múltiples controversias en el país, situación que se ha reflejado en la división de los diputados: 293 votaron sí y 243 no. Los editores de prensa han celebrado esta aprobación como “un elemento importante para la remuneración justa”.

La nueva ley permitirá a las editoriales de periódicos alemanes cobrar a las plataformas de Internet por el uso de sus contenidos. Pero el sindicato DJV y el de servicios Verdi han salido al pasado de la ley para advertir que no protege a los autores de los textos, por lo que solicitan que los redactores se embolsen “al menos la mitad” de lo que cobren las editoriales.

En Francia, Google ha acordado también pagar 60 millones de euros a los medios de comunicación franceses por la publicación de sus contenidos. Bélgica, país pionero, llegó a un acuerdo similar en diciembre pasado. En octubre del pasado año, 145 medios brasileños retiraron su contenido de Google al no llegar a un acuerdo. Pero en otros continentes la situación es muy diferente.

El Latinoamérica, por ejemplo, numerosas webs informativas impulsadas por las redes sociales han agitado el periodismo en una zona con escaso acceso a Internet. Se trata de una veintena de páginas web repartidas por todo el continente que han comenzado a hacer un periodismo de alta calidad, combinando la experiencia de profesionales procedentes de medios tradicionales y la de jóvenes iniciados en los medios digitales.

Es decir, también es posible hacer buen periodismo con una redacción pequeña y barata. Este periodismo narrativo o periodismo reposado, como a algunos les gusta llamarlo, es un boom digital en estos momentos. Juan Diego Quesada ha escrito que estos periodistas “llegan tarde al escenario de la noticia, casi siempre cuando los periodistas de otros medios se han ido, e intentan reconstruir el rompecabezas de lo ocurrido”.

Hay ya quienes culpan a Gabriel García Márquez de esta moda informativa, con la creación de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano. Salvador Frausto, editor general de la revista Domingo del periódico mexicano El Universal, lo entiende así: “Los que hacemos periodismo narrativo e investigación hemos pasado por cursos o talleres de su fundación. Descubrimos ahí que la crónica es el modelo acertado para retratar la realidad. Después se puede hablar de formatos, pero el esfuerzo y las ganas de unos y otros son similares”.

Hoy es un buen día para poder debatir sobre estos y otros temas que nos preocupan a periodistas, profesores de periodismo y estudiantes de esta y otras facultades de Comunicación. Hablaremos de la reforma laboral y el deterioro del trabajo periodístico; sobre los periodistas sin redacción, la sociedad desinformada y sus nuevas alternativas; sobre los medios de comunicación públicos, que hoy están en el centro de la diana; y sobre el papel de las Facultades de Comunicación ante la situación actual de la profesión.

Escuchen, pregunten, busquen soluciones y encuentren, o ayuden a encontrar, nuevas vías de futuro y otras salidas posibles a una profesión en continuo proceso de cambio, que puede y debe adaptarse a los nuevos tiempos y a las nuevas tecnologías, antes que dejarlo morir en las hemerotecas que ya nadie visita.

Intervención en el acto de inauguración de la IV Jornada sobre la Profesión Periodística 
“Del deterioro del periodismo tradicional, al horizonte de las nuevas tecnologías”, 
celebrada en la Facultad de Comunicación de Sevilla el 5 de marzo de 2013
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lunes, 4 de marzo de 2013

Juan José Millás: “Las tijeras son el símbolo en estos tiempos de recortes”

Columnista y novelista, Juan José Millás recopila en Vidas al límite un conjunto de reportajes personales sobre héroes anónimos y encuentros con personajes como Penélope Cruz, Pascal Maragall o Pedro Almodóvar. En el mismo, reúne desde el premiado Ciego por un día, publicado en 1998, hasta el más reciente, Viaje a Japón. Esta labor periodística ha sido reconocida con el Premio Francisco Cerecedo y el Premio Manuel Vázquez Montalbán. En el prólogo, Ángel Gabilondo escribe que “éste es un libro de amor”.

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—Escribe Ángel Gabilondo que alguien dijo que “la vida es un relato en busca de narrador”. ¿Le ocurre a usted? ¿Siente que algunas historias le buscan?

—Sí. Del mismo modo que cuando vas a una perrera a comprarte un perro y es el perro el que te elige a ti.

—Los suyos son reportajes personales, escritos en primera persona, donde usted convive con el protagonista de la historia. ¿Beneficia o perjudica sentirse mediatizado por el dolor ajeno?

—Hombre, beneficia en la medida en que un dolor ajeno te traspasa y lo haces tuyo y puedes contarlo.

—El reportaje digital no tiene los límites del papel. Solo tiene un límite: que nadie lee en la pantalla.

—Bueno, yo creo que ese límite está desapareciendo porque hay ya por lo menos dos generaciones que leen sin problemas en la pantalla. Y yo mismo, no siendo una persona joven, leo mucho en pantalla y leo libros en el iPad. De manera que ese es un límite que abolirá la costumbre.

—Escribe también Gabilondo en el prólogo de su libro que estos reportajes son “una convocatoria contra la indiferencia”.

—Sí. Porque precisamente de eso se trata. Si eres indiferente a lo que pasa a tu alrededor, no te extraña lo que ocurra a tu alrededor y, por lo tanto, no puedes escribir sobre ello.

—La portada de su libro aparece ilustrada con unas tijeras. ¿Es ese el símbolo en estos tiempos de recortes?

—Pues parece que sí, que es el símbolo de estos tiempos. Ahí tiene el significado de lo que uno tiene también que recortar para hacer un buen reportaje.

—Dice que cuando escribe, ya sea ficción o un reportaje, intenta ordenar y entender la realidad. ¿Ha llegado a alguna conclusión?

—No. La única garantía es que nunca se llega ni a entender del todo ni a ordenar del todo. Por eso uno lo repite.

—“La única persona de mi edad que escribe reportajes en este país soy yo”. ¿Se considera una especie en extinción?

—Pues casi sí. Además, es una contradicción, porque el reportaje es un género de madurez. Normalmente se puede escribir un buen reportaje cuando se tiene experiencia vital y oficio.

—Los periodistas, cuando los nombran jefes de sección, dejan de escribir. ¿Será que el sueldo de redactor no vale la pena?

—No sé, pero en cualquier caso me parece aberrante que se considere un ascenso dejar de escribir.

—Para conjurar el peligro de la repetición, cada vez que se pone a escribir lo hace como si fuese el primer día. ¿No cansa estar toda la vida aprendiendo?

—No. Todo lo contrario. Lo que cansa es la rutina. Lo que cansa es el sentimiento de que ya has leído todos los libros.

—¿Qué reportaje de entre todos los publicados en este libro está más al límite?

—Pues casi el de Carlos Santos, el suicida.

—En un reportaje se puede contar una historia general a través de un caso particular. Y viceversa. Usted elige el primer supuesto. ¿Se llega más al lector a través del drama personal?

—Es un registro en el que yo me muevo mejor, pero también en otro registro, si se hace bien, funciona con igual eficacia.

—Usted no es hipocondríaco, pero a la gente le gusta que lo sea. ¿Necesitamos a veces un espejo en el que vernos reflejados?

—Sí. Sin duda. Claro. La imagen pública de uno es incontrolable precisamente porque la gente la moldea en función de sus necesidades, no en función de la realidad.

—¿Qué reportaje no recogió aquí que le hubiera gustado escribir?

—Pues realmente no tengo en la cabeza ahora mismo ninguno. Quizás he pensado a veces en hacer un reportaje que consistía en un viaje a Corea del Norte y a Corea del Sur. Seguidos. Para contar el contaste entre esos dos países.

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domingo, 3 de marzo de 2013

A este perro le sobran las pulgas

Da vergüenza que, a estas alturas de la película, llegue un militar con ganas de sacar de nuevo los tanques a la calle. ¿Tanto les cuesta a algunos compatibilizar su vocación de militar con el derecho de los demás a ser demócratas? Debe ser difícil, no cabe duda, a raíz de las últimas declaraciones del general Chicharro. Me pregunto por qué no enseñan en las academias militares que el deber de todo militar es defender a los ciudadanos españoles y que los ciudadanos somos la única patria posible.

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Que la patria no es un concepto abstracto, ni un territorio concreto, con valles, lagos y vaquitas que ríen, ni un himno, ni una bandera. Que todos esos elementos nos representan, pero que la patria somos todos los ciudadanos. Incluidos aquellos que desprecian a los demás ciudadanos por un amor excesivo a la patria, a su patria. Que a saber qué representa a estas alturas de la historia.

Resulta cansino escuchar de nuevo declaraciones que nunca más deberían de producirse. Para colmo, ahora niega el general Chicharro haber dicho que “la patria vale más que la democracia”, como respuesta a la voluntad secesionista catalana. El diario El País recoge su explicación: “Lo que yo dije es que el concepto de la Patria es anterior a la Constitución, como es obvio, y lo que abogué es por el cumplimiento de la Constitución”.

Yo, la verdad, esa frase no acabo de entenderla del todo. Este mismo diario reproduce la frase completa que ahora niega el militar: “La patria es anterior y más importante que la democracia. El patriotismo es un sentimiento y la Constitución no es más que una ley”. Repito, para incautos, el final de la frase: “La Constitución no es más que una ley”. Y como ya dijo alguien antes, las leyes están para violarlas. Son ripios todos del mismo cancionero. Como se puede comprobar, una frase plagada de perlas mágicas. Solo intentar desbrozarlas da dolor de cabeza.

No sé del empeño de algunos militares en este país de querer enmendarnos siempre la plana, de imponer un pensamiento único –de momento, llamémosle pensamiento, para no entrar en gaitas- frente a la variedad de opiniones y pensamientos diferentes que enriquecen y constituyen una nación. Siempre ahí empeñándose en salvarnos del mal de la secesión, de la plaga del separatismo, de la herejía de la democracia. Siempre adivinando en el concepto de libertad la figura de un diablo que esconde la hoz, el martillo, la apostasía, el ateísmo y otros males endémicos a cualquier demócrata que se precie de serlo.

El general Chicharro está en la reserva pero no retirado, de modo que está sujeto al código disciplinario castrense, que sanciona al militar que “exprese públicamente opiniones que supongan infracción del deber de neutralidad en relación con las diversas opciones políticas o sindicales”. Por supuesto, ningún lobo aúlla solo en el monte. También estos días el Supremo ha ratificado la condena a un sargento por imponer un castigo humillante a un soldado, como es llevar dos pesadas cadenas de varios kilos colgadas al cuello durante dos días en sus ratos de descanso.

Ser un militar de honor, un guardia civil de honor, un policía de honor, consiste sencillamente en defender y salvaguardar a sus compatriotas de los tiranos, y no ponerse de parte de los tiranos para arruinar a un país, para aislarlo del progreso y de la democracia en nombre de una patria abstracta inventada para justificar momentos que no se pueden ni se deben repetir. Este país necesita un ejército digno, y la dignidad significa, hoy por hoy, democracia en una patria común, es decir, de todos, y no de unos cuantos, como ocurrió en un pasado inmediato que todos –o al menos la mayoría- hemos condenado para poder olvidarlo definitivamente. O dicho sin eufemismos ni metáforas: a este perro le sobran las pulgas.
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sábado, 2 de marzo de 2013

El sabor irrecuperable de los recuerdos

Había escapado de un matrimonio que nunca fue el sueño que le habían pintado antes de que la pátina del tiempo le fuera descubriendo otra realidad que nunca le deslumbró y de la que, curiosamente, anduvo huyendo el resto de su vida. Se prometió después de un calvario de tantos años no volver a sumergirse de nuevo en una relación sin otro aliciente que compartir bienes gananciales, tardes de sábado soporíferas y pagos mensuales de una hipoteca que nunca vence la última cuota. Así que se propuso, a semejanza de otros amigos que le habían plantado cara al destino, construir un futuro sin fronteras, sin otra estrategia que respirar el aire puro y viciado –paradojas donde las haya- de cada día. En realidad, no se propuso nada más, solo cruzar de un día a otro sin sentir las heridas abiertas que el dolor alimenta en lo más hondo de nuestra alma.

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Cuando la conoció a ella, en el mismo bar de todas las noches mataba su existencia, no supo con certeza que le iba a romper todos los desvaríos que se había propuesto unos meses antes. Apenas llevaba dos años de hombre solo, y ya había guardado en el cuatro de los trastos viejos un matrimonio que nunca quiso conservar en el recuerdo, pero no lograba abrir una brecha en su desamparo más profundo que lo llevara a la felicidad fortuita del momento, al romance esporádico de una noche, a ese ir y venir por la vida de algunas mujeres sin más pretensión que compartir el placer de lo efímero. Tal vez fue ella quien le enderezó la mirada, le despertó la libido –que no líbido, nadie pronuncia bien esta palabra, curiosidad que denota su ausencia y desconocimiento en tantas personas-, le dijo que qué hacía un hombre como él en un sitio como aquel sin haberle propuesto ya una noche única, y él, absorbido por la sorpresa y absorto en su confusión, improvisó a alguien que no era en realidad.

A ella le gustó su indiferencia de hombre aparentemente libre, su osadía discreta de hombre dubitativo, de galán discreto y cercano, vulnerable tal vez, pensaba ella al principio, pero la experiencia le fue demostrando que se equivocaba y que aquel hombre, como tantos otros, solo pretendía hallar momentos de lujuria que ella le proporcionaba en abundancia y con eficaz maestría. Él comenzó a sentirse el Casanova que nunca fue ni sería. Jugaba con compañeras de trabajo a concertar citas espinosas a la sombra de maridos que ya no amaban, seducía a jovencitas locas que demandaban aventuras con hombres maduros, y él se complacía en sí mismo con aventuras que nunca le dieron la felicidad que ella le ofrecía cada fin de semana. Él pensó que si todo era tan fácil con ella, así sería con las demás, pero algunos sueños son tan frágiles que el cuerpo se siente incapaz de avisar de que el tumor de la desgracia se extiende como un mal inevitable.

Ella le propuso con insistencia una relación más estable, un espacio donde compartir el mundo al que ya ambos eran ajenos y donde dosificar a su antojo una pasión que desbordaba la pretensión de ambos. Se lo decía de una y otra manera, sin apremiarlo en su decisión última pero con la insistencia suficiente de quien se quiere quedar en su piel para siempre. Él, por el contrario, sin más experiencia que un matrimonio desbarato por los agentes climáticos o sociológicos –a saber-, se sintió firme en una relación fortuita que le llenaba la autoestima. Ella comenzó a enfriarse como el rocío a media mañana que con los primeros rayos de sol pierde toda su solidificación para transformarse en agua pura y cristalina que se pierde en la tierra seca y cuarteada. Él no se dio cuenta de que comenzaba a amarla. Nunca le había ocurrido nada igual, de modo que un día, no sabe todavía cómo, sintió que su piel le era muy próxima, que ya no le gustaba abrazar aquel cuerpo, sino que lo necesitaba, que aquel no era un juego sexual fácil de ejecutar y de administrar sin tensiones. Se percató de que los sentimientos se le escapaban por las costuras de su pellejo y que no era tan fácil gestionar el olvido tal como se lo planteó unos meses atrás.

Un día ella le dijo que se iba, que ya no le amaba, sin más. Él no lo comprendió en aquel instante. Tampoco unos meses después. Ahora sabía que nunca la olvidaría y que estaba condenado a vivir con un sueño que le era propio y cercano pero que cada día se ensombrecía un tanto en su memoria quebradiza de hombre equivocado. Buscó en otras mujeres las sensaciones que tuvo con ella, y supo que cada mujer es un mundo en sí mismo, y que cada encuentro encierra una magia intransferible, y que hay algo que es el olvido que, como escribiera Borges, no existe, y ahora, vagabundo en sí mismo, por los siglos de los siglos amén, y sin saber muy bien adónde llevar sus pasos, la llamó por última vez una mañana de invierno. El día era húmedo, una niebla ligera ocultaba un cielo tal vez azul, le dijo que la quería, que en realidad siempre la quiso, que se había equivocado en las palabras, en la ejecución de los compromisos, en la vulgaridad que arrastra el paladar cuando todo se pierde sin saber por qué. Ella sintió que todo había acabado cuando él colgó el auricular. Le llamó con insistencia los demás días de su vida, lo buscó en una ciudad que ya no conocía, le quería decir que también le había amado, que aún hoy temblaba cuando él la miraba con sus ojos lánguidos de hombre inexperto.

La mañana que ella entraba a la casa con la conciencia de que nunca más le encontraría, él cruzó la esquina con poco equipaje y con la decisión de abandonar el barrio por un tiempo indefinido, tomó un taxi en la esquina y subió, justo en el mismo momento en que ella miró la calle y observó el taxi, pero no le vio a él. Cuando el taxi arrancó él vio unas calles que no eran las mismas de antes, y la vida se le repitió en secuencias deshilvanados que le parecieron momentos de otra vida que no era la suya, pero lo era. Ella entró a la cocina, abrió una botella de tinto de crianza, se llenó un vaso de agua y bebió con fruición, sin elegancia, bebió para ella misma, sabiendo bien por qué lo hacía, y después no pudo llorar, porque a veces, sencillamente, es mejor no hacerlo. Eso pensó. Y después volvió a beber. El vino le pareció más dulce que nunca, pero en realidad se deleitaba con el sabor irrecuperable de los recuerdos que solo da la vida que se fue.
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viernes, 1 de marzo de 2013

David Tejera: “Miento sobre Letizia echándole piropos”

Periodista y escritor. David Tejera trabaja en Telecinco y Cuatro. Fue pareja de Letizia Ortiz antes de conocer al príncipe. Aunque siendo periodista, o tal vez por serlo, sus compañeros de profesión no le hacen demasiado hincapié en el tema, del que él, por cierto, prefiere no hablar, o hablar lo menos. Y menos aún entrar en detalles minuciosos. Reconoce, eso sí, que ha recibido consejos –más que amenazas- sobre la efectividad de su discreción. Ahora publica Seis peces azules, novela con la que obtuvo el XLIV Premio Ateneo de Sevilla.

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—En su libro todos son felices o aspiran a la felicidad. ¿Se ha olvidado del tiempo que nos ha tocado vivir?

—Son un desafío al tiempo que nos ha tocado vivir. Yo creo que esos personajes se rebelan contra situaciones como la que estamos viviendo ahora mismo.

—Dígame cinco tipos de felicidad diferentes.

—Siguiendo un poco el argumento del libro, te hablaría de la felicidad como reto, la felicidad como sentimiento, la felicidad material, la felicidad de la identidad y, por último, la felicidad de la tranquilidad.

—Dice usted de su libro: “Un viaje a solas con nosotros mismos y nuestros sentimientos”. ¿Hacia dónde vamos?

—Yo creo que en ese viaje vamos a las entrañas, a la esencia de cada uno de nosotros. Es un viaje con luces y sombras.

—Su libro es sobre todo la aventura y el desafío de vivir. ¿No me dirá que se ha inspirado en la realidad?

(Ríe). La aventura nos espera al otro lado de la puerta de casa y el desafío es ser capaz de cruzar la puerta.

—Su libro huele a mar, a piña seca, a lima, a té verde. Pero también a lodo, a mierda de camellos y de vacas. ¿Hay que leerlo tapándonos la nariz?

(Ríe). Creo que no. Cuando vamos al campo y huele a vaca, lo agradecemos. Y no todo tiene que oler perfectamente para que sea de verdad.

—El Jehangir, el diamante de su novela, es de 83 quilates, existe y tiene forma de lágrima. ¿Qué mujeres llorarían por encontrarlo?

—Yo diría que solo haría llorar a quien no sabe de la vida.

—Seis peces azules de cristal. ¿De qué va esto?

—Esto va de sentirse parte de un todo. Y va de las conexiones invisibles que hay entre nosotros.

—Ahora escribe novelas. ¿Intenta huir de la profesión porque ve cómo está el patio?

—No. El patio está como está y no hay que huir de él, sino plantarle cara.

—Dedica el libro a aquellos que “se atreven a pensar por sí mismos”. ¿Son criaturas en vías de extinción?

—Son los dinosaurios del siglo XXI.

—También se lo dedica a “los que resisten en medio de este festín de parásitos”. Veo que se ha acordado de media humanidad.

—Como poco. El festín de parásitos, puestos uno detrás de otro, llenaría cinco novelas como la mía.

—“Me encanta cómo suenan las palabras”. Dígame: ¿A qué suenan?

—Espero que las mías suenen a verdad y suenen auténticas.

—¿Todavía le preguntan los periodistas por Letizia Ortiz?

—Me preguntan en pétit comité porque en público no se atreven.

—¿Y qué suele responder?

—La verdad. Es decir, lo que no se ha publicado.

—Dígame para contarlo.

—Cuando me preguntan por ella tendría tres caminos posibles. El primero, mentir echándole piropos. El segundo, contar la verdad y cargar contra ella. Y el tercero, dejar que la gente llegue a sus propias conclusiones. Y a mí, la gente que me merece la pena es la que llega a sus conclusiones, pues me parece el mejor de los caminos. Ni me interesa cargar contra ella ni me interesa adularla como hacen otros falsamente. Ni lo uno ni lo otro. Cada cual que llegue a sus conclusiones. Creo que ya las tienen. Por lo menos la gente que a mí me importa.
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