
Octavio Ramírez, a sus 62 años, no había logrado vencer el miedo a viajar en vehículos a motor. Nunca pudo entender cómo un avión se podía mantener en el aire sin que la gravedad de la tierra o la inmensidad del cielo engulleran de un solo trago a ese artefacto que se atrevía a calificar como un insolente desafío a Dios.
Por esa razón quizás no entendía la publicidad de algunas agencias de viajes: “Vuelos...