jueves, 28 de febrero de 2013

Un oficio que se nos va

La crisis financiera y económica que nos ahoga –hay quien la denomina estafa- ha dilapidado de un solo golpe certero y efectivo una profesión con dos siglos de historia que ha escrito con desaciertos y efectividad la historia de la humanidad que como nunca, hasta ahora, se había hecho.

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Los primeros sorprendidos ante esta hecatombe, por absurdo que parezca, han sido los propios periodistas. Hay quien se pregunta todavía cómo pudo ocurrir y cómo hemos dejado que nos arrebaten un derecho –el derecho de informar-. Que no solo era nuestro patrimonio, sino el patrimonio de todos los ciudadanos. Pero no nos debería sorprender.

Durante todo el siglo XX hemos andado litigando de qué va esto del periodismo, si es profesión u oficio, y si merece el título de egresado universitario. Aún resisten, pese al paso del tiempo, las asociaciones de la prensa, que habían nacido como herramientas de beneficencia para echar una mano a un puñado de locos que morían de hambre pero que cada mañana nos traducían el diagnóstico de nuestra vida más actual y nos cotejaban un futuro difícil de dibujar en los manuales de historia que todavía no estaban escritos.

Los colegios profesionales aún no están consolidados, en algunas comunidades autónomas españolas ni se han creado, y su paraguas protector parece hoy tan frágil que cualquier viento sinuoso que puede tumbar de un soplo el tenderete que durante tantos años habíamos soñado como salvaguarda de una utopía ya desdibujada.

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lunes, 25 de febrero de 2013

Andalucía y el debate territorial

Nunca antes, hasta la semana pasada, todos los grupos parlamentarios, salvo el mayoritario, habían coincidido en plantear en el debate sobre el estado de la nación la necesidad de introducir cambios en la Constitución, aunque los objetivos de los partidos no sean coincidentes. El presidente del Gobierno, sin embargo, se apoyó en la necesidad de la estabilidad parlamentaria para bloquear el paso a todas las peticiones de reforma constitucional.

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El portavoz del PP, Alfonso Alonso, ironizó con el hecho de que estas propuestas de los diferentes grupos marchen en sentidos contrarios: “Unos para federalizar España, otros para refundarla y algunos directamente para disolverla”.

De cualquier manera, más allá de cualquier otro argumento y de este serio sentido del humor, el debate está y seguirá estando abierto. De hecho, mañana mismo el PSOE someterá a votación su propuesta de Estado Federal. Hay argumentos de peso. Los jóvenes no han votado la Constitución, ni los no tan jóvenes. Es decir, dos de cada tres españoles.

Además, el modelo territorial no existe en la Constitución. El Estado de las autonomías se ha desarrollado a través de los diferentes estatutos de autonomía, de forma bilateral. Constitucionalizar el modelo territorial evitaría conflictos de competencias y de financiación. A fin de cuentas, se trataría de dar estabilidad y crear un marco de encuentro permanente entre Estado y comunidades en el Senado. Con esta medida, se evitaría que muchos conflictos terminen, como terminan, desembocando en recursos ante el Tribunal Constitucional.

Parece a todas luces necesario avanzar en la descentralización efectiva del Estado para que España, también a nivel de comunicaciones, sea una malla y no sea radial. Hoy, aunque el 70% de la población del país vive en la periferia, ninguna de las grandes autovías que comunican la periferia está terminada. Y tampoco Sevilla y Valencia, la tercera y cuarta ciudad de España, están comunicadas por autovía.

El modelo federal podría ser la herramienta más útil para un desenlace final del modelo autonómico. Se trataría ahora de pasar de la fase de construcción a otra de cooperación institucional que desemboque en un modelo federal capaz de garantizar la igualdad en la diversidad de todos los ciudadanos de este país, el respeto a las singularidades y el refuerzo de líneas de actuación conjuntas con el objetivo compartido de crecimiento del empleo y la consolidación de nuestro modelo de bienestar social.

De entre los problemas históricos de los que España nunca ha logrado un consenso unánime, el territorial ha destacado siempre como uno de los primeros. En los últimos años, amenazados por una crisis que nunca agoniza, a los ciudadanos les cae sobre sus conciencias esa lluvia incesante de granizos de que este país no funciona: como el derroche económico de unas comunidades autónomas cargadas de funcionarios sin funciones, de empresas públicas infladas de humo, y castradas por las subvenciones indiscriminadas y los chanchullos que crecen como la mala hierba.

La verdad es que este discurso tremendista sobre nuestro sistema territorial se desarrolló con mayor virulencia cuando el PP habitaba en la oposición y su ámbito de poder territorial reducía su mapa considerablemente. Hoy, sin embargo, cuando su vara de mando gestiona tantas instituciones autonómicas su discurso ya no acusa indiscriminadamente a todas las comunidades autónomas, sino solo a Cataluña, Andalucía o Canarias.

Pese a todo, es obvio que se han cometido errores y disfunciones, a veces incluso graves, que persisten en nuestro sistema autonómico y que habría que ir abordando de lleno. Oteado el horizonte, las posiciones son marcadamente diferentes: separatismo catalán y vasco, federalismo socialista y atenerse a la Constitución por parte de los populares.

En consecuencia, no se dan condiciones para un debate constructivo. El gobierno ha encapsulado el problema y solo está atento al caso catalán y a la cuestión vasca. Pero el debate sigue abierto y seguirá hasta que se asuma definitivamente como un asunto inaplazable.

Y cuando esto suceda, Andalucía deberá ser de nuevo un elemento imprescindible y protagonista en el debate, como ya lo fue en los años setenta. Es más, si no ocurriera así, y Andalucía no ocupara ese papel de primera fila, el modelo territorial que se alcance mañana se parecerá muy poco a ese otro que nos ha dado los años de bienestar más largos de nuestra historia. En otras palabras, Andalucía debe seguir unida a la palabra autonomía, como elemento definitivamente vertebrador en este modelo territorial que ya comienza a dibujarse en España.

El papel que Andalucía debe ocupar en el futuro estado de las autonomías es el tema que hoy nos reúne aquí. Un año más, la Cadena SER y el grupo de investigación al que represento, queremos abrir un debate tan actual en el que ustedes pueden y deben participar.

Entre otros temas, abordaremos el desafío tecnológico del mundo digital y las redes sociales en Andalucía; los retos y el futuro de nuestras Diputaciones y nuestros ayuntamientos; el futuro de Andalucía según el prisma de los políticos; la presencia de andaluces por el mundo; y la cultura como hecho diferencial en el debate andaluz y la aportación de nuestra comunidad al panorama artístico español y mundial, así como las nuevas fórmulas musicales.

Periodistas como Montserrat Domínguez o Mar Barrera, cantantes como Hugo Salazar o David de María, escritores como Antonio Rodríguez Almodóvar, o directores de cine como Alberto Rodríguez, estarán hoy con nosotros para abrir un debate que espero les sea sugerente y enriquecedor.

Escuchen, pregunten, duden, saquen sus propias conclusiones. En definitiva, aprovechen el día. Pero, sobre todo, no se olviden de ser felices.

Intervención en el acto de inauguración de la jornada “Andalucía ante el debate territorial”
celebrada en la Facultad de Comunicación de Sevilla el 25 de febrero de 2013
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domingo, 24 de febrero de 2013

El sabor que deja leer un buen libro

Un fin de semana es un tiempo magnífico en febrero para pasear con un amigo por un cigüeñal próximo a Isla Mayor, entre los arrozales que anuncian el Coto de Doñana, pero también para sumirse en la profundidad de un libro cuyo autor nunca antes habías leído. Eso me ocurrió con El último encuentro de Sándor Márai, un escritor húngaro que había nacido en 1900 en Kassa, una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia.

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Durante el régimen de Horthy en los años veinte se exilió a Europa, hasta que con la llegada del régimen comunista en 1948 se exilió definitivamente a Estados Unidos. Pocos meses antes de la caída del muro de Berlín, en 1989, se quitó la vida en San Diego, California.

Hay libros, como este, que parecen escritos para uno o, mejor dicho, escritos por uno mismo. Libros en los que te recuestas en las siestas todavía frías de febrero y te traen recuerdos de una vida que es tu propia vida, como extraídos de una memoria oculta que nunca has compartido con nadie. Libros en los que subrayas frases en muchas páginas con el pretexto de recobrarlas cualquier día por alguna razón que en ese momento ignoras. Hay libros, como este, para releer cuando no hay otro libro más necesario y reconfortante para el espíritu.

Sándor Márai escribe en esta novela: “Cuando se acaba el deseo de placer, ya sólo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado”.

Alguna vez he sentido como propio este pensamiento, la sensación de que una parte de la vida la has consumido de golpe o, más bien, de golpe te das cuenta de que la vida se consume inevitablemente, y que los años, aun ausentes a la aguja del reloj que da vueltas siempre sobre el eje de la misma esfera, transcurren con una lentitud inmutable y una transparencia inútil de suceso inevitable.

Cierro el libro y no abro otro. Como después de beber una copa de buen brandy, como después de besar a una mujer que siempre soñaste como un sueño propio e inalcanzable, salgo a la terraza y pienso que los días son ya más largos y la nostalgia menos densa que antes, hace solo un mes. Y después camino sin rumbo pensando qué libro leeré más tarde, cuando el placer consumido de este último te pida de nuevo oler la tinta de otras páginas.
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jueves, 21 de febrero de 2013

Rajoy y el naufragio

A los políticos, conocidos los últimos escándalos, debería prohibírseles que cuadraran los Presupuestos Generales del Estado a su antojo. Pero también convendría encontrar procedimientos reglados para que no manejaran las metáforas a su antojo. Leo en la prensa una frase de Rajoy que me ha hecho salivar agua marina: “Hemos evitado el naufragio”. Y me he preguntado meditabundo y preocupado qué querrá decir con eso del naufragio.

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Primero, porque no creo que un presidente que ganaba tres sueldos disponga de tiempo libre, después de contar los billetes, para abrir un diccionario y buscar el significado de todas las palabras. Y más, un significado simbólico, como es el caso.

Y después, porque no recuerdo haberlo visto embutido en bañador en ninguna fotografía de prensa. Es posible –me atrevo a insinuar- que ni siquiera sepa nadar, con lo que el supuesto del naufragio le viene de oídas –más que de bebidas-.

Sin embargo, su antecesor, don Manuel Fraga, lució bañador de época con la crisis de Palomares. Y hasta creo recordar que José María Aznar también lució tipo, aunque él nunca creyó en ninguna crisis cuyo origen fuera su propio partido.

Se ve que Rajoy no ha leído a Rafael Reig, que inundó todo Madrid de agua y sabiduría creadora en una de sus novelas. Y se ve, sobre todo, que no sale a la calle. Así que no se percata de los maderos que flotan a contracorriente de un navío que se jodió hace unos años y que lo llamaron "burbuja inmobiliaria", y cuyas secuelas todavía hacen imposible la navegación hacia un futuro más prometedor.

No sale a la calle, así que no ve cómo muchos ciudadanos se agarran al flotador del patito que es su sueldo de mierda para llegar a final de mes, y cómo otros dibujan señales de socorro con la mano antes de que se los trague la marea del desencanto o del desahucio, y cómo algunos otros hacen señales de humo en las ascuas de un ERE inoportuno y no deseado. Rajoy no ve la calle porque no tiene ventanas con vistas en su palacio que den a la plaza central del desencanto colectivo.

Algunas veces, los periodistas quisieran saludarlo, sólo saludarlo. Ya ni se les pasa por la cabeza preguntar nada. La canalla siempre jodiendo, ya se sabe. Pero él no se deja. Ahora bien, para que nadie olvide quién es quien gobierna, se deja ver en la pantalla, como si fuese una nueva modalidad de rueda de prensa.

No sólo innova con el lenguaje. También con las herramientas de la comunicación corporativa. ¿Dónde habrá comprado este hombre a sus asesores de comunicación que le están rompiendo en pocas estacadas su perfil tan impreciso y huidizo? De los conocimientos sobre comunicación por parte de González Pons, prefiero no hablar. Si yo lo tuviese que examinar no podría salir del país en ningún mes de septiembre.

En este país, el único que sabe manejar las metáforas con acierto y sabiduría es El Roto. Él dibuja a un matrimonio que pasea por la calle. Ella mira los escaparates de su propia nostalgia y dice al marido: “¿Te acuerdas de cuando comprábamos?”. El marido, que mira para otro lado o hacia ninguna parte, responde sencillamente y sin titubeos: “No”. Eso es el naufragio. Que alguien se lo diga a Rajoy.
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sábado, 16 de febrero de 2013

El momento

Este hombre está apoyado en la barra del mismo bar de siempre. Ustedes ya lo conocen. Bebe un vaso de whisky. Sin hielo. Hoy el día está frío, y se puede permitir unos excesos. Así se expresa él. Unos excesos son dos o tres whiskys nada más. A veces, mira el vaso. Le gusta el color del whisky y la densidad del líquido. No tanto su olor. Pero le encanta sentir la sensación del alcohol en la boca. Tragos largos o cortos. Da igual.

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Siempre entra al local cuando la tarde mengua y las calles se tornan oscuras y desapacibles. Hay un tiempo que no es invierno ni primavera, y el verano queda todavía lejos para soñar con playas paradisiacas y días largos y alegres. Alguna vez se trae un libro y lo deja sobre la barra. Nunca lee. Como mucho, lo abre y hojea frases sueltas que ya leyó. Le gusta releer, volver a salir con antiguas novias y pedir siempre las mismas marcas. Es hombre de costumbres. Solo que, de vez en cuando, también abraza las aventuras del instante que cualquiera sueña. Él es un águila en protagonizar historias de libro o escenas de cine.

Ahora, por ejemplo, entra al local una mujer rubia, de ojos muy azules, de una estatura hecha a su medida, bien proporcionada, de una elegancia natural que le fascina. A él le gusta mirar a las mujeres fijamente, sin ningún propósito. Tampoco sabe por qué lo hace. Es un acto maquinal. Ella observa al hombre que también le gusta. Le gusta su aire informal de galán descreído, el libro que tiene sobre la barra que le añade un aire sensible de intelectual modesto, y unas manos grandes que ella ya imagina recorriendo su cuerpo sin su permiso y con agrado. No hay más. Las cosas suelen ocurrir así.

Ella ha entrado al bar. Se sitúa junto a la barra, a un metro de este hombre, y le dice al camarero que no sabe qué pedir. Él dice que opte por el whisky. Ella dice que apenas bebe alcohol. Pero él insiste en que, cuando hay algo que celebrar, lo mejor es el whisky. Además, aún hace frío, añade. Ella pide el whisky y le pregunta que qué hay que celebrar. Él sencillamente la mira sin intenciones, sabiendo que iba a ocurrir. Que me has conocido, le dice. Y tú también me has conocido, entiende ella. No, advierte él, yo ya te conocía. Solo te esperaba a que llegaras cualquier día.

La primera impresión de esta mujer podría haber sido la de que este hombre es un Casanova diferente, pero exhibe un halo natural en sus ademanes que la desorienta y comienza a perturbarla. Imagino que ahora después intentarás besarme, reta ella. Para nada, le asegura él. Nunca beso a las mujeres en los bares, delante de gente que conozco, con un camarero escrutando detrás de la barra el desarrollo de los acontecimientos. O sea, me quieres decir que no estás ligando conmigo. Tranquila, le dice él, te besaré cuando salgamos, con ese fondo musical que ahora oyes y que pronto se te antojará la melodía de un sueño propio. Y tú piensas que será así de fácil, duda ella. Nada hay escrito, corazón, apostilla. Por supuesto, dice él. Nosotros escribimos nuestras propias biografías, armamos nuestros sueños, cotejamos el horizonte más propicio. Entonces, saca un pilot de su americana y lo pone sobre la barra. Y eso, pregunta ella. Para que escribas lo que te va a ocurrir a partir de este momento, le dice él.

Y ahora me pedirás que salgamos, imagino, observa ella. Lo mira con un brillo en los ojos que no traía en la mirada cuando se conocieron hace solo unos minutos. Sí, será mejor cambiar de lugar. Yo pago, dice él. Cuando salen la noche no es tan fría ni tan oscura, se oye ya lejana una canción que no recuerda ninguno de los dos. Y ahora, imagino, es cuando me besarás, entiende ella. Él no dice nada, se acerca, la atrae hacia él y la besa. Le gusta su perfume, sus labios húmedos, el azul claro de sus ojos que brilla ahora con más intensidad. Y ahora te pediré que me acompañes a casa, imagino que es el próximo paso. En efecto, ahora te acompañaré al apartamento, dice él. Y cuando lleguemos, también te pediré que subas al apartamento a tomar la última copa. Así será, dice él. Es lo normal, no, pregunta. Y a ella la idea no le desagrada. Siempre lo haces así, le pregunta a él. No. Nunca. Solo hoy. Pretendes que me crea que soy la única que va a caer en tus redes de seductor de pacotilla. Bueno, allá adentro, cogiste el pilot y garabateaste, sin escribir, algo que flotaba en tu mente. Y qué escribí, pregunta ella. Escribiste lo que está ocurriendo, dice él. Desde luego, suspira ya excitada, vaya cara que tienes. Y pretendes que me crea que yo soy la única. Claro. Por supuesto que eres la única, confiesa él, con un tono más trascendente en la voz. Y ahora subiremos y me pedirás que nos acostemos y hagamos el amor, intuye ella. Bueno, ya es igual quien tome la iniciativa, no te parece, de aquí no escapa nadie, ni tú ni yo, no tendría sentido, dice él. Es más, me gustaría que tomaras tú la iniciativa, le dice él. Y ella, desconcertada y sonriente, calla. Se supone que también otorga. Los dos andan por la calle, sin prisas, sin cogerse de la mano, rumbo a materializar un sueño que nunca soñaron por complejo e inverosímil, por simple y completo. Pero ambos saben que lo que va a ocurrir esta noche no estaba dibujado en los astros, y que construir la vida a nuestro antojo, y sin otra previsión que inventar el momento, posiblemente sea la aventura más extraordinaria que nos depara un destino que nunca está escrito.
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viernes, 15 de febrero de 2013

Tu cuerpo

Tu cuerpo es la mariposa que revolotea mi vida incesantemente, es el agua que bebo con sed y sin sed, es el agua que me baña para calmarme la fatiga y la angustia. Tu cuerpo es el vino que necesito para sobrellevar la vida, el antídoto contra los horarios impuestos y las esperanzas truncadas. Tu cuerpo es el único paisaje que me pierde y me reconforta, que me ahoga y vivifica mi piel. Es sal y azúcar, abismo y vértigo, luz y sombra, fruta mordida. Por eso mis dientes buscan su olor a melocotón y a manzana, a agua de mar, poderosa y revuelta, y a agua de lago, tranquila y transparente.

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Tu cuerpo es la casa que habito incluso cuando no estás. Cuando sueñas vigilo tus ojos cerrados que esconden un mundo inexplorado, conservo tus manos incrustadas en las mías como piezas creadas para encontrarse y adherirse las unas en las otras en su justa medida. No puedo navegar por tus sueños cuando duermes a mi lado, porque despierto y observo tu cuerpo perfecto y ondulado, amoldado a mi cuerpo cansado de caminar sin rumbo, pero aquí recostado no necesito más calma que tu boca, ni más vida que la que me robas cuando respiras profundamente y te metes en mis pulmones como el mismo aire que respiro.

Quiero habitar tu cuerpo con mi cuerpo cuando abres los ojos, cuando todavía la luz del sol ignora si alumbrará un nuevo día. Entre penumbras buscas la mirada que te interroga, las manos que te llenan, los pies que juegan con tus pies siempre que me amas a esa hora en que el mundo duerme.

Quiero entrar en tu cuerpo y quedarme adentro para siempre, y desde allí abandonar la otra vida que tuve antes de conocerte, y decir adiós a los cielos que nuca más volaré, porque ahora tu cuerpo es el único paraje que quiero conquistar a cada instante, es el único paraíso que quiero explorar de punta a punta, empezar por tus orejas de espía y tu pelo de algas negras, avanzar por tu nariz viciada de adivinar el aroma de los vinos y tu boca especializada en besar labios no deseados, y moldear tu cuello de jirafa doméstica hasta desembocar en tus hombros atléticos y allí encontrar tus pechos de sirena que me zambullen en el océano del delirio, y agarrarme a tu cintura para no deslizarme por tus piernas antes de haber naufragado en tu sexo limpio y claro, abierto y jugoso como una breva madura y dulce. Ahí me quiero quedar hasta que amanezca y cuando amanezca cerraré los ojos para no ver la luz del sol, porque no hay otro desayuno que supla con su pulpa esta naranja que he tomado de tu cuerpo prestado para siempre.

Quiero entrar en tu cuerpo como quien entra en una habitación que ya conoce y cerrarla porque no hay intención de volver atrás, porque aquí dentro el mundo no existe ni tiene sentido. Me quiero quedar dentro de tu cuerpo hasta que la noche nos encuentre agotados de mordernos los ojos, exhaustos de absorber cada poro de la piel. No quiero pisar otra tierra que esté dos centímetros más allá de tu cuerpo, porque el mundo, lejos de tu piel, huele a monte quemado y a vainilla sin canela, y yo me he acostumbrado a los días con lluvia, a la tierra mojada que pisas cuando vuelves a casa, a tu pelo empapado de bailar bajo la lluvia, cuando ya nada importa sino abrazarte en mitad de la tempestad y beber el agua de la lluvia desde tu boca en cualquier tormenta.

Tu cuerpo es mi pasaporte y mi viaje, mi ciudad completa, la botella que bebo cada día, el libro que siempre tengo entre las manos y abro como si fuera un día nuevo o la posibilidad de cambiar todo por estar a tu lado, porque el mundo desde que te conozco tiene fronteras sinuosas y océanos abiertos al azar, pero yo me siento observando tu espalda mientras escribo estas palabras, te veo tendida en la cama esperando otro momento único y afuera las calles se diluyen, y las ciudades se tornan ríos intransitables, y los ascensores se detienen sin destino a mitad de su trayecto. Alguien llama a la puerta o al teléfono, recibo cartas que indican claramente mi dirección y quién es el destinatario, pero allá afuera no conozco a nadie desde que vivo dentro de tu cuerpo, como un huésped que se ha apoderado de tu vida y ha perdido su propia vida entre tus piernas entregadas. No quiero apagar la luz, porque mis ojos sólo ven un cuerpo en el que vivo libremente atrapado.
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miércoles, 13 de febrero de 2013

Jesús Carrasco: “Me he ido al campo porque yo soy de pueblo”

Ha sorprendido a público y crítica con su primera novela, Intemperie. Jesús Carrasco nació en Badajoz en 1972 y en 2005 se trasladó a Sevilla, donde vive. Desde 1996 trabaja como redactor publicitario, actividad que compagina con la escritura. Su debut en el panorama literario internacional ha causado sorpresa. De hecho, antes de su publicación en España, esta novela se ha editado en trece países. El relato es duro y lírico a la vez, de léxico rico y donde la naturaleza no solo es el escenario de fondo.

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FOTO: MIGUEL ÁNGEL LEÓN

—Ha entrado en el mundo de la literatura como el elefante en una cacharrería. ¿Le sorprende haber levantado tanta expectación?

—Pues estoy muy flaco para parecer un elefante. La verdad. No siento yo este escándalo que he formado. Me parece que le está pasando a otro.

—Trece países compraron los derechos de la obra en la Feria de Franckfurt, cuando no se había publicado aún en nuestro país. ¿Qué vieron en su libro?

—Me imagino que una historia humana y, como tal, puede resonar en cualquier persona de cualquier lugar.

Intemperie es un western ibérico. ¿No es demasiado arriesgada esta calificación?

—No es algo que yo haya dicho. Lo han dicho por mí. Bueno, puedo creérmelo o no. En todo caso, western es un esquema que podría servir.

—En el paisaje y en el modo de tratarlo recuerda a Delibes y en su aspecto más poético nos retrotrae a Cormac McCarthy. ¿Son sus referencias más cercanas?

—McCarthy, sí. Delibes, no tanto. A Delibes lo siento más cercano como observador del paisaje que como escritor. Aunque entiendo que haya un paralelismo porque los dos tratamos en este caso el mundo rural. Aunque él es mucho más prolijo que yo en el lenguaje.

Intemperie gira en torno a la idea de la dignidad. ¿Venderá muchos libros en un país donde cada día desayunamos con Bárcenas, Urdangarin y otros del mismo club?

—Pues quizás por eso, por ser algo que va a la contra en ese sentido. Pero, vamos, no sé si yo puedo aspirar a tanto.

—Cuando vivía en el barrio madrileño de Lavapiés leía mucha novela urbana. Sin embargo, a la hora de escribir, optó por el campo.

—Me he ido al campo porque yo soy de pueblo, y he escrito la única novela que podía escribir, que era rural.

—Sorprende su lenguaje rico y contenido. ¿Su trabajo como redactor publicitario le ayudó a poner los puntos sobre las íes?

—Por supuesto. Una semana para escribir una frase, un titular. En fin, me ha enseñado.

—“Un Delibes a la americana que arrasa con su primera novela”. ¿Comparte esa opinión?

(Ríe). No. Ni Delibes, como te decía. Si acaso, a la americana. He leído muchos escritores norteamericanos. Y que arrase, habrá que esperar un poco.

—Siete años le llevó escribir el manuscrito. ¿Le gusta jugar con las palabras o, como decía Borges, publica para no estar siempre corrigiendo?

—Las dos cosas. Podría estar corrigiendo eternamente. Pero hay un momento en que hay que parar.

—Se documentó para escribir el libro y se entrevistó con pastores y cabreros. ¿La modernidad aún no acabó con el oficio?

—Los cabreros que he conocido ya son cabreros jubilados. O sea, tienen cabritas para hacerse su queso. No he conocido pastores que vivan, digamos, muy bien de la ganadería.

—Algunas productoras han mostrado interés en comprar los derechos para llevar esta historia al cine. ¿Hay algo cerrado?

—No. Estamos en la fase de primeros contactos con interesados. Nada más.

—Después de Intemperie, ¿volverá a la ciudad o no abandona el mundo rural?

—Tengo otra novela entre manos que también se desarrolla en el mundo rural, pero con otros matices.

Publicado en el diario Córdoba el 4 de febrero de 2013
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